A modo de prólogo
En los terribles años de Yezhov hice cola durante diecisiete
meses delante de las cárceles de Leningrado. En una ocasión alguien me
reconoció. Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados,
que por supuesto nunca había oído mi nombre, despertó del entumecimiento en el
que todas parecíamos sumidas y me susurró al oído (porque allí hablábamos todas
en voz baja):
-
¿Y Usted
puede describir esto?
-
Y yo dije:
-
Sí puedo.
Entonces, algo parecido a una sonrisa resbaló en aquello que
una vez había sido su rostro.
(Anna Ajmatova, Réquiem, 1963)