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La hija pequeña
busca un escalón
hace su camino al agua.
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Va el benteveo mayor
y a su lado
el fruto de días muy quietos.
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De la pena hospedera,
llega mi niña, su beso.
Doble condición de la flor.
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Días en los que vagaría sin ojos.
Pero luego recuerdan la figura
de la ranita al nadar.
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El hilo, leve, de lo bueno:
el viento mezcló mis papeles,
despejó tus ojos, dibujó en su lomo.
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Ventana abierta del verano.
El llanto de la vecina extranjera,
por la noche; por la mañana, café.
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La vida pequeña:
los niños, los insectos,
algunos animales
que agita el viento.
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La polilla
también se negó a morir.
La cacería, en el gato, es legítima.
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Las amantes caminan
dos niños corren e interrumpen
la vida antigua con vida pequeña.
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A través de los pinos
las amantes chocan sus cabezas
y despiden sus pensamientos.
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Tan pacíficas recostadas
que el bebé que aprende a caminar
las merodea.
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La casa llena de flores
era de la madre
y la hija dormida en brazos.
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¡Alegría! El cuervo rescatado
devora el caracol que le llevo,
por la noche, en mi sueño.
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La niña amanece zumbando
“Tuve un sueño”, dice.
“Vivía en las flores”.
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Los ojos de poeta
me enfrentan
silenciosos y múltiples.
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La bella muchacha
la luz solar
de su rostro.
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Bella como
la roca donde
la gaviota se posa y grazna.
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Ya después
es una línea vaga
una curvatura.
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El reflejo de los autos,
los carteles
la música mala.
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Zapatillas de neón,
campera reflectante,
luz de la sirena enmudecida.
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Aparición de telgopor, plástico, nylon.
¿Cuánto durará
la casa de los gatos?
