Ayer soñé. No hubo maravilla en el sueño. Compraba un kilo de café. Tomaba clases de flauta. Me golpeabas una puerta de madera con ventana, que era mi casa. Ya no podía abrirte ni invitarte un café como antes.
Ahora que lo pienso, un kilo de café jamás compro.
Y no tengo tiempo de tomar clases de flauta. Imagino que algún día saldré a tocar torpemente con los pájaros, que son para mí, como todos los animales, mis más queridos amigos.
Esta tarde baja plateada entre los edificios. Mi amor ha cambiado y está dentro de mí de un modo solitario.
Otra dimensión, como la de las nubes, como la del fondo del mar, como la música que emite un instrumento hecho de madera.
Hace una semana vimos una película donde bailar era la cosa más dulce.
Hace tres días compramos un libro donde un animal era la cosa más dulce. Salimos con el paquete y los tickets a buscar el colectivo, con una persona durmiendo con hambre y con sed en la frente.
Este poema, como la mayoría, parte de un cinismo y de una violencia extrema.
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