Íbamos como en una Road Movie, él y yo, mi psicoanalista de pelo largo manejando un auto deportivo en un desierto que bien podría haber sido parte de San Juan o Arizona. Nos deteníamos cerca de un letrero donde estaba una muerta, una preciosa rubia muerta sin parecer muerta, sólo sabía que estaba muerta y la cargábamos, así como estaba, sentada, pensante como una estatua griega en enagua de los años '20.
Con que mi psicoanalista es asesino serial.... –pensaba, mientras noté el hombro embarrado de la preciosa rubia sentada detrás– es asesino serial de mujeres...
Y no temí de mi muerte mientras el auto seguía avanzando por la carretera americana en la que él y yo, mi psicoanalista de pelo largo, me iba a asesinar.
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